ÉL ES TU FORTALEZA



…El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién tendré temor? (Salmos 27:1 ).

En el salmo anterior, David no le pide al Señor que le fortalezca; más bien, está afirmando que el Señor es la fortaleza de su vida. Todos los día declara : ¡Cristo es mi fortaleza !.

Cuando haces esta declaración lo que sucede es que alineas tú espíritu con todas las virtudes del corazón de Dios, entonces no necesitas pedirle a nadie que te fortalezca; porque si le tienes a Él, ya tienes fortaleza. Y Él no sólo fortalece; Él es la mismísima fortaleza. Así pues, no hay lugar para la debilidad en tu vida.

El apóstol Pablo, con este entendimiento, hizo una confesión extraordinaria en 2 Corintios 12:10. Dijo así: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Él sabía que su fuerza era el Espíritu Santo que moraba en él. No es de extrañar que dijera: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). El Espíritu Santo es la fuente de toda fortaleza, y Él vive en ti. Por lo tanto, nunca confieses debilidad.

Nunca ores diciendo: “Señor, fortaléceme”; es una oración incorrecta. Ya sé que alguien dirá: “¿Qué hay de malo en orar para que el Señor nos fortalezca? ¿Acaso Pablo no oró para que los cristianos en Éfeso fuesen fortalecidos con poder en su hombre interior por el Espíritu?”

Bien, en Efesios 3:14-16, observarás que Pablo no oró para su propia persona; pues Él tenía un entendimiento diferente. Pablo oró para que el ministerio del Espíritu Santo se cumpliera en las vidas de los hermanos de Éfeso.

Pablo no oró como un hombre débil que ruega: “Dios mío, por favor, fortaléceme”; ¡no! La Palabra ya te comunica que “el Señor es tu fortaleza”; por lo tanto, lo que te corresponde hacer es declarar consciente y constantemente “el Señor es mi fortaleza”. Y, al hacerlo, verás cómo te ves fortalecido. Es como decir en oración: “ Dios mío, dame más poder”.

Pero Jesús ya dijo en Hechos 1:8: “Recibirán poder, cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo”. Por lo tanto, habiendo recibido el Espíritu Santo, no necesitas pedirle a Dios más poder; ¡pues el Espíritu Santo, la fuente del mismísimo poder de Dios, ya vive en ti!

Así pues, igual que David, declara: “Te amo, Señor; tú eres mi fuerza. El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección.
Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro.” (Salmos 18:1-2).