RENUNCIA A DISPUTAS Y RENCORES
“Quítense de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sean benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios también los perdonó a ustedes en Cristo” (Efesios 4:31).
Niégate a ser una persona resentida. Da lo mismo la maldad con la que puedan haber actuado contra ti, guardar rencor como consecuencia de tales experiencias solo herirá más y más tus emociones, e incluso afectará a tu salud.
El rencor roba el gozo de tu vida. Perdonar al prójimo no es tanto en beneficio del prójimo, como en beneficio propio.
Entre tanto que guardes rencor hacia quienes te hayan ofendido, estás en servidumbre a esos sentimientos; y en una situación de mayor dificultad que la persona que te ofendió.
Pero cuando tienes un corazón compasivo y que perdona, no sólo vivirás una vida feliz y apasionada, sino que además disfrutarás con agrado de la compañía de los demás.
Cuando perdonas, quedas libre. Ciertamente, como nos dice la Biblia, las ofensas vendrán. Habrá personas que te intentarán hacer daño o provocar para que reacciones negativamente.
Recuerda las palabras de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Permanece en la Palabra y anda en amor. Perdona a los demás todo el mal que te hayan podido causar, aún cuando no se hayan disculpado.
Sea el amor de Dios la fuerza dominante de tu vida. Perdona fácilmente. No guardes rencores. Manifiesta mansedumbre y bondad hacia todos; y no te airees fácilmente.
Fluya el carácter de Dios desde tu vida como un torrente que comunica amor a los demás. Una de las cosas preciosas de la Palabra de Dios es que se puede poner en práctica.
Usa la Palabra de Dios para extirpar éstas y otras emociones negativas. Y si hay alguien con quien mantengas un enfado o disputa, da el paso que sea preciso para alcanzar la paz, sea quien sea que tenga la culpa; pues ésta es la voluntad de Dios para ti.
Niégate a ser una persona resentida. Da lo mismo la maldad con la que puedan haber actuado contra ti, guardar rencor como consecuencia de tales experiencias solo herirá más y más tus emociones, e incluso afectará a tu salud.
El rencor roba el gozo de tu vida. Perdonar al prójimo no es tanto en beneficio del prójimo, como en beneficio propio.
Entre tanto que guardes rencor hacia quienes te hayan ofendido, estás en servidumbre a esos sentimientos; y en una situación de mayor dificultad que la persona que te ofendió.
Pero cuando tienes un corazón compasivo y que perdona, no sólo vivirás una vida feliz y apasionada, sino que además disfrutarás con agrado de la compañía de los demás.
Cuando perdonas, quedas libre. Ciertamente, como nos dice la Biblia, las ofensas vendrán. Habrá personas que te intentarán hacer daño o provocar para que reacciones negativamente.
Recuerda las palabras de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Permanece en la Palabra y anda en amor. Perdona a los demás todo el mal que te hayan podido causar, aún cuando no se hayan disculpado.
Sea el amor de Dios la fuerza dominante de tu vida. Perdona fácilmente. No guardes rencores. Manifiesta mansedumbre y bondad hacia todos; y no te airees fácilmente.
Fluya el carácter de Dios desde tu vida como un torrente que comunica amor a los demás. Una de las cosas preciosas de la Palabra de Dios es que se puede poner en práctica.
Usa la Palabra de Dios para extirpar éstas y otras emociones negativas. Y si hay alguien con quien mantengas un enfado o disputa, da el paso que sea preciso para alcanzar la paz, sea quien sea que tenga la culpa; pues ésta es la voluntad de Dios para ti.
No Comments