TU DESTINO DIVINO
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
2 Corintios 5:17
Todo ser humano que viene a este mundo tiene dos destinos: un destino natural y un destino divino. Tu destino natural se fundamenta en tu parentela, nacionalidad, educación, amistades, entorno, y en todo lo que es terrenal. Todas estas cosas pueden influir o determinar el curso de tu vida.
Por ejemplo, hay personas que son pudientes económicamente no por algún mérito propio, sino simplemente por proceder de una familia adinerada. Eso es obra del destino natural.
Hay personas que padecen situaciones muy adversas no porque sean responsables de algún mal; sino simplemente porque viven en un determinado lugar.
Hay lugares del mundo que están llenos de criminalidad y violencia; y las personas que viven en tales lugares son víctimas de desórdenes y desgracias. Esto también es obra del destino natural.
Ahora bien, hay un destino divino, que viene determinado por la elección de Dios. Dos cosas determinan el destino divino. En primer lugar, es la elección que Dios hace a favor de un hombre o una mujer para una tarea específica.
Por ejemplo, la Biblia dice que Dios liberó a Israel de Egipto por medio de un profeta; y también por un profeta lo preservó. Dios escogió a Moisés para liberar a otros hombres.
En segundo lugar, y más importante que lo anterior, es el destino divino que comienza cuando Jesús se convierte en el Señor de tu vida.
Cuando confiesas a Jesús como Señor, Dios tiene potestad para transformar tu vida, y hacer que tus circunstancias vitales se sintonicen con su perfecta voluntad. Es entonces cuando Él viene a ser tu Padre, y comienza a dirigirte.
Es entonces cuando te envía el Espíritu Santo a vivir en ti y a guiarte. De esa manera, eres distinguido y separado del mundo.
Cuando naces de nuevo, el Señor pone su marca en tu vida, y quedas sellado como un hijo del destino divino.
Entonces te conviertes en su tesoro y preciosa posesión. Y dejas de ser de este mundo; por lo que tu vida ya no puede verse afectada por las vicisitudes naturales y terrenales - el mal, la corrupción y la decadencia que reinan en este mundo de tinieblas.
Desde ese momento, tu vida toma una dirección única: de gloria en gloria, hacia arriba y hacia delante, conforme caminas a diario en su Palabra.
2 Corintios 5:17
Todo ser humano que viene a este mundo tiene dos destinos: un destino natural y un destino divino. Tu destino natural se fundamenta en tu parentela, nacionalidad, educación, amistades, entorno, y en todo lo que es terrenal. Todas estas cosas pueden influir o determinar el curso de tu vida.
Por ejemplo, hay personas que son pudientes económicamente no por algún mérito propio, sino simplemente por proceder de una familia adinerada. Eso es obra del destino natural.
Hay personas que padecen situaciones muy adversas no porque sean responsables de algún mal; sino simplemente porque viven en un determinado lugar.
Hay lugares del mundo que están llenos de criminalidad y violencia; y las personas que viven en tales lugares son víctimas de desórdenes y desgracias. Esto también es obra del destino natural.
Ahora bien, hay un destino divino, que viene determinado por la elección de Dios. Dos cosas determinan el destino divino. En primer lugar, es la elección que Dios hace a favor de un hombre o una mujer para una tarea específica.
Por ejemplo, la Biblia dice que Dios liberó a Israel de Egipto por medio de un profeta; y también por un profeta lo preservó. Dios escogió a Moisés para liberar a otros hombres.
En segundo lugar, y más importante que lo anterior, es el destino divino que comienza cuando Jesús se convierte en el Señor de tu vida.
Cuando confiesas a Jesús como Señor, Dios tiene potestad para transformar tu vida, y hacer que tus circunstancias vitales se sintonicen con su perfecta voluntad. Es entonces cuando Él viene a ser tu Padre, y comienza a dirigirte.
Es entonces cuando te envía el Espíritu Santo a vivir en ti y a guiarte. De esa manera, eres distinguido y separado del mundo.
Cuando naces de nuevo, el Señor pone su marca en tu vida, y quedas sellado como un hijo del destino divino.
Entonces te conviertes en su tesoro y preciosa posesión. Y dejas de ser de este mundo; por lo que tu vida ya no puede verse afectada por las vicisitudes naturales y terrenales - el mal, la corrupción y la decadencia que reinan en este mundo de tinieblas.
Desde ese momento, tu vida toma una dirección única: de gloria en gloria, hacia arriba y hacia delante, conforme caminas a diario en su Palabra.
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